Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: Atón paró automáticamente el golpe alzando el antebrazo. Llegó un pelo tarde, y la mano le golpeó en la cara lo bastante fuerte para hacerle girar la cabeza. Retrocedió un paso. —¿Por qué...? —Ocúpate de tus asuntos. No avisamos dos veces. Atón retrocedió, furioso. Caviló un instante si debía responder pagando con la misma moneda. Habría significado combatir con los tres, probablemente a la vez. ¿Era eso lo que querían? Pero por detrás de su cólera comprendió que el consejo era bueno. No causes problemas... al menos hasta que sepas cuál es la situación. No tenía objeto empezar su estancia allí luchando. Habría tiempo suficiente para eso más tarde. Asintió con un gesto. —Bien —dijo el hombre; se rió—. Recuerda: ¡todos moriremos juntos! Los otros soltaron también risotadas y fueron a recoger los cuévanos. Atón los recordaría. —Un consejo —dijo uno al pasar, con cierta amabilidad—: desnúdate. Como nosotros. Hace mucho calor. Se alejaron, dejándole solo. ¿Eran representativos? Sabía que había mujeres en Chthon, pero en una prisión sin guardianes y sin salida al mundo, las convenciones debían haberse plegado al calor asfixiante mucho tiempo atrás. Tenían que prevalecer costumbres insólitas a menos que pretendiesen burlarse otra vez de él. Atón miró a su alrededor. Era una estancia circular, de paredes irregulares pero no ásperas. Piedra cubierta de brillo. Mucho tiempo atrás algún grupo explorador debía de haber recorrido aquellas cavernas o al menos lo bastante de ellas para localizar el granate y determinar que no había salida posible. Se preguntó si el aire sería natural o lo canalizarían hasta allí; su presencia parecía demasiado oportuna para que fuese pura coincidencia. Pero debía ser imposible soportar aquel terrible calor durante mucho tiempo. Aquello era un horno asfixiante. Tenía que haber zonas más frescas, si no sería imposible vivir. Desechó su empapado uniforme, cogió su libro y salió de la estancia. Antes de abandonarla, tocó la pared con cautela: estaba caliente pero no quemaba, y el limo verdoso brilló por unos segundos en sus dedos. Evidentemente no eran los materiales químicos de la caverna los que producían el calor. Salió a un corto túnel. Le habían dicho que Chthon estaba formado por un laberinto de galerías hechas por la lava y racionalmente sabía que su formación se había completado varios siglos antes, pero resultaba difícil ser objetivo. El lejano final del corredor palpitaba de calor, y el ruido crecía constantemente, como si actuasen aún las fuerzas primigenias. Pero aquélla era la única dirección que podía tomar. Poco después dio con un túnel mayor que cruzaba el suyo, tendría unos cuatro metros de diámetro. Una masa sonora de aire le aplastó contra su suave pared. Viento... ¿en cavernas cerradas? Aquél era el origen del ruido; pero, ¿de dónde podía proceder una corriente de aire como aquella? Su imagen de la región infernal no incluía aquello. Atón dio la espalda al viento, dejando que guiase su cuerpo túnel abajo. Las paredes no tenían una forma definida, salvo por el brillo, y el pasaje era casi redondo en corte transversal. ¿Habría sido quizás excavado y suavizado por la erosión secular de aquel viento? Chthon se volvía cada vez más extraño. La veloz brisa (diez kilómetros por hora o más) refrescaba agradablemente su cansado cuerpo, dándole, al menos en parte, la respuesta de cómo se podía sobrevivir allí. Pero casi inmediatamente sintió su consecuencia: deshidratación. Necesitaba agua, y rápidamente, para que su cuerpo no se secara. Tenía que haber otros hombres en algún lugar, y provisión adecuada. Avanzando con una mano apoyada en la pared, Atón percibió de pronto un hueco. Allí, el viento cesaba y volvía el calor pero, agradecido por el descanso, decidió seguir por
Autor: Administrador
Temática: General
Descripción: 6 costaría poco más de setenta y cinco mil en total. Dos tercios serían intereses y otros gastos. Demasiado dinero. ¡Una gran cantidad! Probablemente más de lo que valía su vida. Literalmente. Devolvió el rubí. Su color cambió en cuanto lo sostuvo el propietario. Momentos después, su profunda y peculiar tonalidad de rojo destelló bellamente a la luz de la tienda. Sin duda, el rubí era una gema maravillosa, incluso aunque no fuese mágico. —¿Qué más puede ofrecerme —preguntó Zane. Estaba aturdido, pero aún así deseaba encontrar algo que pudiera ayudarle. —Amor —dijo el propietario de inmediato, sacando un nebuloso zafiro azul, montado en otro anillo de oro. Zane miró la piedra. —¿Amor romántico? ¿Una mujer? ¿Matrimonio? —O de cualquier otra clase. —La sonrisa del propietario no era tan cálida como había sido, quizá debido a su fracaso con la piedra anterior. No le divertía ver que el pez se escapaba del anzuelo. Con toda probabilidad la nueva gema era menos cara, lo que significaba menor beneficio—. Esta bella piedra brilla ante una posibilidad de romance. El zafiro, como usted sabe, tiene la misma composición química que el rubí, ya que ambos son corindones; pero como los colores del zafiro abundan más que los del rubí, su valor es menor. Sin embargo, ésta es una ganga. Sincronización con su romance; todo lo que tiene que hacer es seguir sus señales hasta conseguir su meta. Zane parpadeó, escéptico. —No se puede lograr un romance disparándole como si fuese un blanco. Hay aspectos sociales, matices complejos de compatibilidad... —La piedra del amor tiene en cuenta todas esas cosas, señor. Orienta hacia la persona adecuada, tomando en consideración todos los factores. Si no cuenta más que con sus propios medios, es posible que cometa un error y tenga que soportar una desafortunada unión, que quizá le pueda causar dolor. Con esta piedra nunca ocurrirá. —Pero podría haber muchas combinaciones excelentes —objetó Zane—. Muchas mujeres adecuadas. ¿Cómo una simple gema puede escoger entre ellas? —Las circunstancias alteran los casos, señor. Algunas mujeres son ideales para cualquier hombre; con cualidades de belleza, talento y lealtad que las hacen altamente deseables con independencia de los distintos caracteres de los varones. Pero la mayor parte de ellas ya están casadas, puesto que estas cualidades son percibidas con rapidez por el afortunado chico de al lado. Otras pueden estar destinadas a un proceso de desvalorización, como una enfermedad que las desfigure o serios problemas familiares. La piedra del amor lo sabe; orienta hacia la persona más conveniente, más fiable, más asequible. No se equivoca. Sólo tiene que hacerlo girar hasta obtener el destello más luminoso y seguir la dirección que le marque. No se verá defraudado. —Colocó ante sí el zafiro azul—. Una prueba de demostración, señor. —No sé, si es como la última... —¡Esto es un romance! ¿Cómo puede perdérselo? Zane suspiró y tomó la piedra. Era bonita de veras y el doble de grande que la piedra de la muerte. Su poder teórico le intrigaba enormemente. Un buen idilio, ¿qué más puede pedir un hombre? Tan pronto como el anillo tocó su mano, la piedra destelló y cambió a un azul más claro, volviéndose translúcida. De nuevo, su mente se perdió en los recuerdos. Amor. Ese era el segundo soporte de su culpa. Hubo una mujer amable y bella, que había querido casarse con él. Pero carecía de la única cosa que él consideraba imprescindible. Ella le gustaba, quizá llegó a amarla, y ella le amó... demasiado. —¡El romance perfecto... dentro de una hora! —exclamó el propietario, que parecía verdaderamente asombrado. Su voz sacó a Zane de su ensimismamiento. ¡Es usted un hombre muy afortunado! ¡Nunca he visto a la piedra del amor tan brillante, ni orientada
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